martes, 20 de julio de 2010

Día 2: Desayuno en Paris, comida en Colonia, merienda en Berlín

19/07, día 2 del viaje. Hoy es el día grande del viaje. Hemos conseguido coger a las 4:25 AM el cercanías que va de Narbonne a Montpellier. Un tren viejecito (tiene aseos individuales para mujeres y caballeros... eso lo dice todo, ¿no?) al que se le nota que ha tenido épocas de gloria pero que está teniendo un final bastante malo por culpa de un mantenimiento lamentable. Las gomas de las ventanas están pasadas, algunas cuelgan por el exterior de forma incontrolada, los cristales de las ventanas están rayados y todo el tren tiene en general un aspecto raído y descolorido. Para hacer la cosa más interesante, viajamos sin billete. Sí, sin billete. A las 4:00 han abierto la estación de tren y no había nadie en las ventanillas de venta de tickets, solo máquinas automáticas en las que dudo que podamos introducir los datos del interrail para no pagar, así que... arriba, al tren, y si nos pregunta el revisor le decimos "Español, soy español, no comprendo, tengo interrail..." y que sea lo que Dios quiera.

Menos mal que aquí en Francia son tan civilizados que les parece algo inconcebible que la gente viaje sin billete y no nos han pedido nada. A las 5:25 hemos llegado sin novedad a Montpellier y nos hemos pegado la gran carrera a ver en qué vía estaba estacionado el TGV a París, que salía a las 5:38... Por suerte era la vía contigua a la de nuestro tren, así que hemos llegado sin novedad (eso sí, con la lengua fuera una vez más... esto empieza a convertirse en costumbre...)

El TGV es un tren imponente. Para empezar tiene dos pisos (nuestras plazas son en el piso de arriba, así que con la velocidad que coge esto... ya veremos). Limpio, nuevo... impecable. Estos franceses sí que saben viajar, coñe, no como nosotros.
Una curiosidad: después de dejar las maletas en las bandejas para el equipaje nos hemos dado cuenta de que la bolsa con la cámara no cabe en el portaequipajes superior que hay sobre nuestros asientos. La hemos dejado en el asiento de al lado nuestro (prácticamente todo el tren estaba vacío, así que no molestaba, o al menos eso pensábamos...). Menos de 30 segundos ha tardado en aparecer una revisora con aspecto típico parisino a decirnos amablemente que ahí no podía ir equipaje, que los asientos son para las personas... Pues vaya. Razón no le falta, pero mi cámara no la dejo en las bandejas de equipaje ni loco, así que hale... a los pies.

Otra cosa curiosa es que por fin hemos encontrado un tren que tiene enchufes para cargar la batería del portátil. Joder, es algo obvio en pleno siglo XXI, pero los cuatro trenes anteriores que hemos cogido no tenían nada así y no veas lo que se agradece...

El viaje de Montpellier a París ha durado cuatro horitas (tengo que sacar la media de velocidad al llegar a casa, pero vamos... rápido de narices), de las que tres y media hemos estado intentando dormir sentados en posición totalmente vertical hasta que Susana ha tenido la feliz idea de tocar un botoncito de la butaca y nos hemos dado cuenta de que se podía reclinar. Si es que en el fondo somos de pueblo...

En París Gare du Lyon nos ha atendido una señorita encantadora que ha hecho todo lo posible por gestionarnos los billetes hacia Berlin, pero no hay combinaciones válidas para hoy (ni para mañana). Una vez más nos toca ir a la aventura, sacando billete hacia Strasbourg, última población francesa antes de la frontera con Alemania, y una vez allí ya veremos. Como el tren sale de la Gare du l’Est, cogemos un taxi y allá que nos vamos. En la estación dejamos las maletas en consigna, nos comemos una baguette en la calle y nos relajamos un poco pensando en lo que nos queda por delante. Parece un mundo, pero estamos animados. Seguro que hay opciones.
Mientras comemos algo se le ocurre a Susana la genial y bendita idea de acercarnos a las taquillas de la Gare du l’Est a preguntar, por si ellos tienen opciones diferentes a los de Gare du Lyon.. ¡Bingo! Otra señorita encantadora que además chapurrea el español nos consigue combinación hasta Berlín que, aunque un tanto estrambótica (Paris – Strasbourg – Saarbrücken – Mannheim – Berlín), es perfectamente válida. Aprovechando que hemos encontrado un filón con esta chica le pedimos que nos gestione el viaje de Berlín a Poznań (ya al fin en Polonia) y una vez más nos demuestra que los franceses están mejor informados y más avanzados que nosotros. "Esta chica es una mina", pensamos. Así que ya puestos a pedir... ¿podría gestionarnos el viaje de vuelta? Queremos volver por Praga vía Zurich. ¡¡Increible!! A los quince minutos tenemos billete de Praga a Zurich y de Zurich a Barcelona. Incluso nos saca un Barcelona – Alicante, pero ya en este la pobre chica debía estar mentalmente exhausta y se equivoca en las fechas... Bueno, nadie es perfecto, pero esta chica ha rozado el diez con la punta de los dedos.

Tras salir con un taco de billetes en el bolsillo y cuatrocientos euros menos en la cartera, vamos a los aseos (un eurito menos a cambio de dejarles un par de regalitos a nuestros amigos franceses) y de ahí recogemos las maletas de consigna y nos vamos al tren hacia Strasbourg. Es otro pedazo de TGV con asientos super anchos y muy cómodos y aspecto de estar bastante cuidado.

El viaje a Strasbourg resulta ser verdaderamente cómodo. Por el camino he terminado de verme la peli "Esta Abuela es un Peligro 2" en el iPod de Susana y después he empezado a ver "Kung Fu Basket" (que tiene una pinta de mala que lo flipas, pero esto es lo que hay: o peli de título indescifrable en alemán o Kung Fu Basket en español...). Mientras tanto Susana leía su libro de Crepúsculo y maldecía por lo bajo por haber cogido unos asientos no reclinables...

Al llegar a Strasbourg vuelve a empezar lo bueno: en los 40 minutos que tenemos para cambiar de tren y coger el que va a Saarbrücken necesitamos cambiar los billetes de Barcelona – Alicante para la fecha correcta (5 de Agosto), así que otra vez a correr... Después de cambiarlos, nuevo regalito para los franceses en le toilette y a subir al tren.

Tanto ajetreo tiene un coste y en este caso me lo pasa mi cuerpo: al subir al tren a Saarbrücken me comienzo a encontrar mareado, con un poco de angustia y con flojera. Posiblemente parte es el estrés por el ajetreo de las últimas horas, parte es una bajada de azúcares (llevamos comiendo muy poco y a salto de mata estos días, así que es normal que el cuerpo esté algo molesto con esta nueva forma de vida tan poco habitual...). Conclusión: una hora y tres cuartos de viaje con Susana y la revisora preocupadas (por cierto, muy maja esta última, buscándonos rutas alternativas por si teníamos que bajarnos del tren y todo...), pero tras tomarme una manzana, un plátano, dos bocadillos de queso y una botella de agua todo se ve de otra forma. ¡Ah, se me olvidaba! También cayó un Lexatín (a ver si hoy hace algo más que el día del avión). Mientras tanto Susana hacía gala de sus dotes de cuidadora profesional abanicándome durante más de una hora de pie y rociándome con el spray de agua. Menos mal que tengo un ángel de la guarda a mi lado.

Al llegar a Saarbrücken ya me encontraba prácticamente bien, pero aún así hicimos lo mejor que podíamos hacer: relajarnos un poco en un bar de la estación regentado por la típica alemana de tetas grandes y aspecto bonachón que nos sirvió dos cocacolas frías que nos terminaron de recuperar. ¡Ya podemos seguir! (aunque me resulta inevitable pensar en qué puede pasar si me vuelve a ocurrir en el tren a Mannheim o en el nocturno a Berlín... ¡espero que no ocurra!). Por cierto, una curiosidad de este sitio de las cocacolas: las cervezas las sirven en tanques de medio litro o tres cuartos, pero las colas son de 20 cl. ¡¡Minúsculas!! Alemania es un país de contrastes...

El tren Saarbrücken – Mannheim llegó con puntualidad germánica a la estación de origen. Era un tren parecido al Euromed pero con asientos enooooormes, reclinables y de cuero. Incluso tenía reposacabezas relax, mullidito y todo... Dios, si hubiéramos cogido este tren en ciertos trayectos, je je je. Viaje sin incidentes hasta Mannheim con Susana ya por la mitad del libro de Crepúsculo (y eso que son 504 páginas) y yo enganchado al portátil buscando una wifi que mangonear para poder subir esto al blog.

Curiosidad al canto: el camarero del tren, que iba preguntando por las butacas a la gente si quiere tomar algo resulta que es de Nador y habla español muy bien. Y yo que ya le estaba saludando con un "guten haven"... ¡Qué alegría da oír tu idioma cuando estás a más de dos mil kilómetros de tu casa! Además resulta ser un tipo muy simpático, así que a pesar de haber tomado hace nada dos cocacolas cada uno le pedimos un zumito de naranja. Ya veremos qué pasa, je je je…

Al llegar a Mannheim lo primero que hacemos es dirigirnos a la consigna para dejar las maletas. Si vamos a estar aquí casi cuatro horas de espera, lo mejor es ir cómodos y poder dar un paseíto… Al salir de la consigna encontramos una cafetería con WiFi abierta. "¡En un rato podemos publicar lo que llevamos vivido!", pensamos... Pero antes nos queremos acercar a las taquillas de venta de billetes a ver si es posible adelantar el billete de Berlin a Poznan. Hacemos una pequeña cola y cuando nos toca la señorita que nos atiende se sorprende de lo que estamos haciendo: "¿Para qué queréis hacer Mannheim – Berlin – Poznan cuando hay un tren directo nocturno de Mannheim a Poznan?". Vaya. Esta es nueva... Le preguntamos la hora de salida y si hay plazas. ¡Sorpresa! Sale en cosa de media hora. Otra vez a correr. Respecto a las plazas, el sistema no les deja realizar la reserva, así que llaman al revisor del tren para ver si podemos subir sin billete y tenemos acomodo. Tras unos minutos de espera, la respuesta es afirmativa. Nos devuelven el dinero de los billetes Mannheim – Berlín y Berlín – Poznan (unos 90 € en total) y nos vamos corriendo a la vía donde está el tren. "Gleis 3" ponía en el billete... Le pregunto en inglés a una seńorita por la vía 3 y me responde con "No english" y pasa de mí. Intento chapurrear en alemán el "Gleis 3" de marras y agradece el esfuerzo indicándonos sin demasiado interés por dónde ir... Estos alemanes, tan suyos como siempre. Pues nosotros hemos ganado el mundial. Hale.

En la vía 3 está el dichoso tren esperándonos. ¿Os acordáis de los trenes de la época de nuestros padres? Esos en los que alguna vez de pequeños hemos hecho el Alicante – Bilbao con transbordo en Miranda de Ebro... Pues de esos. Solo que encima ruso. Sí, sí. Ruso.

Resulta que el tren que va de Mannheim a Poznań es un tren que viene de París y viaja ¡a Moscú!. La revisora es la típica rusa simpaticona que intenta amablemente explicarnos todo pero no habla ni papa de inglés, francés o español. Así que comienza un diálogo de besugos que se acaba traduciendo en signos y sonrisas amables, un plano extendido en la pared de nuestro camarote mediante el que nos explica la ruta que ellos hacen y nosotros le relatamos de dónde venimos y acabamos regalándole una bolsa de caramelos que la ponen más contenta que unas pascuas. Las tasas por coger el tren son, curiosamente, del mismo importe que nos han devuelto de los billetes que teníamos, así que... ¡todo OK!

Una vez en marcha intentamos preguntarle a nuestra nueva amiga rusa por el vagón restaurante. Nos mira con cara de flipar y cuando por fin capta mínimamente el sentido de lo que le preguntamos nos sonríe diciendo "bar" y señala dos vagones más allá del nuestro. Vamos para allá… Los vagones son surrealistas: enmoquetados con alfombras rojas más comunistas que Stalin, válvulas, palancas y manómetros por aquí y por allá, puertas que al abrirse dejan totalmente al descubierto tubos de cables que empalman vagón con vagón... Alucinante. Es como estar inmerso en la película "El Acorazado Potemkin" o algo así. Por cierto, que la moqueta llega hasta el WC... y sí: está mojadita... ¡Puaj!

En los vagones de segunda clase la cosa ya es de libro: Habitaciones a dos o tres niveles (pero en un vagón de una sola altura… imaginad...) y estrechitas de narices. En fin. Llegamos al final del segundo vagón y seguimos sin ver ni rastro del bar. A estas alturas ya no queremos más sorpresas, así que decidimos volvernos a nuestro camarote y de repente ¡el bar!: uno de los camarotes ha sido habilitado como "bar", es decir, han puesto una cafetera y una tetera mugrientas y varios compartimentos metálicos en los que creemos puede haber una nevera con cerveza y vodka. Vamos, que esta noche cenamos las galletas de Príncipe de Bekelar que nos han sobrado de las que Susana (¡bendita y previsora Susana!) había comprado en Saarbrüken.

De regreso al camarote Susana tiene un percance al intentar pasar por una puerta entre vagones: la puerta se cierra de repente y le araña la mano con la manija de apertura, haciéndole un corte superficial de 4 cm. de largo. Buscamos a nuestra rusa del alma y cuando ve el corte se va a por cosas para curarla. "Algo de alcohol y una tirita", imaginamos. ¡¡¡Ñeeec!!! Error. Regresa con un rollo de esparadrapo. Corta un pedazo largo y para dividirlo en dos lo corta con los dientes. Y así, sin nada más, lo pega sobre la herida de Susana. Cuando acaba la "cura" nos enseña una herida que ella misma tiene en la mano tapada con esparadrapos de la misma forma... No comments. Nosotros que veníamos de un tren alemán que tenía hasta desfibrilador portátil en el bar, hemos pasado a un tren ruso que no tiene ni botiquín. Si te abres la cabeza aquí, fijo que te mueres. Mejor llevar cuidado a partir de ahora...

Decidimos que ya está bien por hoy, así que nos cerramos el cuartito, nos ponemos cómodos y comenzamos a ver una película en el iPod. Al cabo de una hora estamos muertos de sueño, así que montamos las literas y a dormir.

Mañana estaremos en Polonia, si Dios quiere. Besos a dos mil kilómetros de distancia de casa.

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