jueves, 29 de julio de 2010

Día 11: Colocón en las minas de sal y vuelta a casa

28/07, día 11 del viaje: Esta mañana toca ir a ver las minas de sal próximas a Cracovia. Nos levantamos muy pronto (hemos quedado a las 6:45 con Esaú y Anka para coger un autobús que sale a las 7:30 aprox.) y a los dos nos duele la garganta. Estamos cogiendo una buena por culpa de este maldito tiempo.

Con pocas ganas y más haciéndolo por nuestros amigos que por nosotros, nos vestimos y nos preparamos para salir. A la hora convenida vienen a recogernos. ¡Sorpresa! Hoy es el cumpleaños de Anka y le tenemos preparada una mini sorpresa. A pesar de que sabemos que no la gusta celebrar los cumpleaños hemos querido comprarle una chaqueta impermeable en Zara y así se puede abrigar un poco más, que la pobre lo está pasando mal con la lluvia y el frío. Así que en cuanto aparecen por la puerta les ponemos nuestra mejor sonrisa y le damos a Anka el paquetito con el regalo. Parece que le ha gustado, porque se lo prueba enseguida y ya no se lo quita. Genial.

Nos ponemos en marcha hacia la parada inicial del autobús a las minas de sal. Sigue lloviendo, vaya mierda. Menos mal que en las minas se está bajo tierra a temperatura constante (¿habrá filtraciones, goteras o algo parecido? Espero que no...). Nos subimos al autobús y el conductor nos indica de malos modos que no se le paga a él, que hay que sacar ticket en el expendedor automático. Vaya hombre, nos ha tocado el gruñón... Sacamos los tickets (tres zloty por barba) y nos ponemos en marcha. ¡Dios mío! Además de gruñón es un verdadero inepto a la hora de conducir un autobús... Frenazo, acelerón, frenazo, acelerón. Susana y yo nos tomamos una biodramina nada más subir al autobús, pero en el caso de mi nena no hay nada que hacer. Se está mareando inexorablemente. Encima, con la lluvia y el frío, todos los cristales del autobús están empañados por dentro y llenos de agua por fuera. No se ve prácticamente el exterior salvo un poco por la luneta delantera. Lo que faltaba.

Tras diez o doce paradas (una media hora de recorrido en el bus del infierno) llegamos a la parada de Wieliczka. Cuando bajamos Susana tiene cara de estar a punto de echar hasta la primera papilla. Intentamos guarecernos un poco lejos del alcance de los coches (que encima aquí no miran: da igual que haya agua en la calzada y tú estés cerca, cuanto más grande sea la ola que levantan, mejor) y esperar a que se le pase un poco el colocón a Susana, pero tiene pinta de que va para largo.

Al cabo de unos minutos avanzamos andando hasta la entrada al complejo de las minas de sal y paramos a descansar en el merendero que tienen en el exterior (que está a cubierto con un techado de madera). Parece que Susana se encuentra algo mejor, así que decidimos comer el desayuno que hemos comprado al salir del hotel para ver si se nos asienta el estómago. Craso error. Susana sigue mareada y a mí me ha entrado también algo de mareo al bajar. No solo eso, sino que el desayuno nos ha caído a los dos como una bomba en el estómago. Mal pinta la cosa…

Nos metemos los cuatro en el edificio donde se sacan los tickets y nos sentamos en unos bancos a ver si se nos pasa. Hay un montón de grupos de extranjeros, especialmente italianos, bastante maleducados todos ellos. Como hay poco espacio en la sala para toda la gente que somos, los tenemos todo el rato encima, algunos de ellos casi pisándonos (hasta que, evidentemente, les pegamos un bufido diciéndoles que más les vale tener algo de respeto y educación...). Esto ya nos termina de agobiar a Susana y a mí, así que decidimos pasar de las minas y volvernos al hotel. Esaú y Anka están bien, así que se quedan a hacer la visita ya que están aquí. En estos momentos estamos todos cansados y malhumorados por culpa del tiempo, así que estamos empezando a hablar entre nosotros de adelantar la vuelta a casa, pues para estar así más nos vale estar en nuestra casita tranquilos.

Salimos a la calle mientras nuestros amigos inician la visita a las minas. Espero que les vaya bien y al menos la disfruten, pero no estamos a gusto aquí, así que vamos a por un taxi. Encontramos uno en la parada y nos subimos dándole al taxista la dirección del hotel (Pijarska, 22). Menos mal que hemos conseguido entendernos con él, porque no habla ni papa de inglés. El regreso es un cuadro: Susana, que sigue algo mareaducha, se está durmiendo en el taxi. Debe ser por la biodramina, que la está empezando a hacer efecto. Yo tengo el estómago hecho un asco, así que no veo el momento de llegar a la habitación para ir al baño. Encima nos pilla la hora de entrada a los trabajos y el acceso a Cracovia desde las minas de sal es un caos. Media hora de caravana. Menos mal que aquí solo corre el taxímetro cuando estás en marcha (cobran por kilometraje, no por tiempo), así que la carrera no va a ser más cara de la cuenta.

Llegamos finalmente al hotel y tras soltarle al taxista los 80 zloty nos subimos a la habitación, vamos al baño y nos tumbamos a dormir. Dormimos como benditos un par de horas o tres y al levantarnos hablamos con Esaú y Anka. La visita a las minas ha sido bastante mala (treinta pisos de escaleras hacia abajo, un guía que les iba llevando a toda pastilla por las salas y encima la mitad del recorrido estás viendo pasillo...). Según nos cuentan, para tres o cuatro salas decentes que tiene, no merece la pena ni el esfuerzo ni el dinero que cuesta.

Para este momento nosotros ya hemos tomado la decisión de volvernos a casa cuanto antes, así que nos acercamos a la estación de tren a ver si podemos cambiar los billetes. Desde aquí solo podemos gestionar billetes con origen o destino Polonia, así que adelantamos el Cracovia-Praga para esta misma noche. Hoy nos volvemos para casa.

Volvemos al hotel y quedamos con nuestros amigos para explicarles la situación. Ellos nos habían comentado que posiblemente también adelantarían su regreso a mañana, así que no hay problema. Estamos todos cansados de este tiempo de perros (de hecho nos hemos confesado mutuamente que ninguno de los cuatro tenía ganas hoy de ir a las minas de sal… lo hemos hecho todos por los demás) y lo mejor es agilizar la vuelta. Decidimos quedar un poco más tarde para cenar algo juntos y terminar de dar una vuelta. Curiosamente, desde que hemos cambiado los billetes ha dejado de llover. Tiempo de locos...

Cenamos en el mismo sitio donde desayunamos el primer día. Nosotros sólo tomamos un té (que después de cómo hemos tenido hoy la barriga no conviene forzar), pero Esaú y Anka se jalan una ensalada césar, una szarlotka y dos chocolatitos que tenían una pinta maravillosa. Lástima no poder despedirme de esas szarlotkas como dios manda… me va a tocar aprender la receta para hacerlas en casa, je je je.

Terminamos de cenar y nos damos nuevamente una vuelta por el casco antiguo, terminando de hacer unas compras y cambiando la divisa que nos ha sobrado en un Kantor (salvo treinta zloty por lo que pueda ocurrir a última hora...). A las nueve nos cogemos las maletas y nos dirigimos a la estación, acompañados de Esaú y Anka que quieren despedirse de nosotros a pie de tren. Qué majos. Nos han traído una piedra de sal de color rosa como recuerdo de las minas de Wieliczka y unas cuantas postales. La verdad es que si no fuera por el tiempo daría gusto estar por aquí con ellos...

El tren es bastante moderno y nuestro compartimento es el mejor que hemos cogido hasta ahora. Dejamos las maletas dentro y salimos a despedirnos de nuestros amigos, que mañana parten también hacia el norte de Polonia para estar unos días de nuevo con la familia antes de coger el avión. ¡Casi nos dejamos la bolsa con el agua y los bocadillos! Menos mal que Anka se ha dado cuenta en el último momento, jejeje.
Cuando nuestros amigos se van y nos quedamos solos en el tren me vienen de golpe un montón de emociones. El hecho de volvernos a casa de forma tan precipitada, el agobio por ver a Susana encontrarse mal y no poder ayudarla estando a 3.000 Km de casa, la semana con este tiempo de mierda que nos ha sumido a todos en una mini depresión... Todo lo que estaba acumulado ahí dentro sale de golpe al verme en el tren y relajarme y exploto llorando como un niño. No sabría explicar muy bien si es de alegría, tristeza o sólo de nervios, pero no puedo contener las lágrimas. En fin, lo mejor será que nos relajemos e intentemos dormir.

Cuando el tren se pone en marcha viene el revisor y nos indica en un inglés correctísimo que tenemos tres cerrojos por dentro de la puerta que debemos cerrar (sí, sí… TRES). No solo eso, sino que nos recomienda que guardemos el dinero y billetes o cosas de valor con nosotros en la ropa o bajo la almohada mientras estemos durmiendo. Jo, esto no tranquiliza demasiado… Menos mal que nos comenta que mañana él se encargará de avisarnos media hora antes de llegar a Praga y nos devolverá los billetes de interrail (que se los ha quedado como es costumbre por aquí...). Cuando se va, nos ponemos el pijama, vemos una peli en el iPod ("Ex", italiana y algo malucha, pero suficiente para reírnos un rato y que se nos pase la tontería) y a dormir.

Mañana estaremos en Praga e intentaremos seguir cambiando billetes para ir bajando hacia casa. A ver si hay suerte y llegamos antes del domingo…

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