lunes, 26 de julio de 2010

Día 9: Los taxis polacos molan cantidad

26/07, día 9 del viaje. Hoy nos toca movernos hacia Varsovia. Nos levantamos a primera hora (a las 7:30 AM habíamos quedado en el hall con Esaú y Anka) y tras pagar el hotel nos dirigimos hacia la estación de tren para tomar el Intercity a Varsovia. Por el camino compramos unos bollos para desayunar en una panadería de la estación: el mío es de crema con manzana, el de Susana de crema a secas y Esaú se compra algo salado tipo pizza. Tienen buena pinta... luego nos los comeremos.

Por el camino tenemos un encuentro con sabor amargo. En los pasillos de comunicación de los andenes de la estación hay un hombre sentado en los escalones. Tiene el pelo desaliñado y el torso desnudo. Se está frotando los brazos como si tuviera frío (estos días estamos a 17 o 18 grados... yo me he tenido que comprar un pantalón largo y una chaqueta para aguantar). Se me cae el alma a los pies al ver estas cosas. Imagino que será uno más de los miles de sin techo que hay por todos los lados, aunque me temo que aquí en Polonia hay un índice bastante alto de este tipo de gente por problemas de alcoholismo. Me detengo un momento y sin pensarlo mucho decido abrir la maleta y darle una de mis camisetas, a ver si se puede abrigar un poco. Me mira con ojos de no estar viéndome, así que poco más puedo hacer aparte de dejársela en los brazos y murmurar en inglés que es para él. Nos alejamos con la vana esperanza de haberle ayudado en algo, aunque me parece que no va a servir de mucho.

Salimos al andén a esperar al tren y nos comemos los bollos que habíamos comprado antes sentados en un banco. Están bastante buenos. Mientras esperamos veo que el mismo hombre de antes ha salido también al aire libre y sigue con el torso desnudo. Ni rastro de la camiseta. En fin, yo he hecho lo que he podido. Quizás la tenga guardada en algún sitio para después o se acuerde de ella cuando se le pase un poco el tablón que lleva encima...

Cuando llega el tren subimos en el primer vagón de primera clase que vemos y nos metemos en un camarote para seis. La primera clase está prácticamente vacía. Cuando por fin arranca el tren y ya habíamos acomodado las maletas aparecen dos mujeres diciéndonos que estos son sus asientos. ¡Andá, que el tren está numerado! Intentamos salir del camarote y ellas no se apartan demasiado, así que montamos una escena propia del camarote de los Hermanos Marx (en mi mente suena algo así como "¡antes de entrar dejen salir!"). En un despiste me arreo un buen golpe con la maleta en la uña del dedo gordo del pie. Este mismo dedo ya ha sufrido varios golpes durante el viaje y tengo la uña bastante rota, pero este golpe ya me ha hecho ver las estrellas… Cuando miro el dedo está sangrando levemente por debajo de la uña. Encima una de las mujeres me mira y me pregunta en español "¿Estás bien?". La madre que la parió. Pues claro que no, ¿cómo voy a estar bien con el viaje que me acabo de dar? Grrr...

Miramos los billetes y vemos que pone algo así como vagón 3 asientos 62-66. Como nos hemos subido en el primer vagón, presuponemos que este será el número uno, así que nos ponemos a andar por los vagones hasta llegar al que hace tres... y es el bar. Mierda. Decidimos que no es plan de andar por ahí de arriba para abajo los cuatro con las maletas, así que enviamos a nuestro ángel de la guarda polaco (Anka) a buscar algo de ayuda y encontrar el vagón tres. Cuando vuelve trae al revisor, que nos indica que le sigamos. Curiosamente va en dirección al primer vagón... ¡No me lo puedo creer! Nuestro camarote es el contiguo al de las dos mujeres. ¿Y para esto me he roto yo la uña? Yo las mato...

El trayecto es bastante cómodo. Las primeras dos o tres horas las pasamos dormitando en los asientos y cuando nos despertamos un poco, Esaú y yo nos acercamos al vagón restaurante (el bar de antes) a tomar algo. Nos papeamos unos bocadillos de pan de pita con verdura y en mi caso un zumo de naranja (Esaú se toma un café con leche que... mi zumo mola más, la verdad). Cuando volvemos al vagón de las chicas les comentamos cómo está el tema, pero a ellas no les apetece tomar nada. Esaú saca una baraja de cartas y, montando una mesa improvisada con una de las maletas, nos ponemos a jugar al seisillo. Lo que sea para pasar el rato.

A la una y media llegamos a Varsovia. Ha estado lloviendo todo el camino y Varsovia no va a ser menos, así que salimos con una llovizna suave pero constante que va a ser la tónica dominante del día. El hotel que hemos reservado está a quinientos metros de la estación, así que no merece la pena coger un taxi. Nos vamos paseando y llegamos sin problema, aunque algo mojados. En la recepción nos cascan 400 zloty en la tarjeta. Al comentarle al recepcionista que el precio que habíamos reservado por internet era en torno a 280 zloty nos comenta que es una fianza por si consumimos algo del mini bar o de la televisión y que si no es así nos devolverán el sobrante al dejar el hotel. Ya empezamos con los listos...

Tras subir las maletas a la habitación y asearnos y secarnos un poco, nos encaminamos a la torre Rondo 1, el rascacielos donde se ubica la oficina internacional de la CAM en Varsovia. La directora ha sido muy amable con nosotros y les hemos traído unos detallitos de España, así que hay que acercarse. Para acceder a los ascensores hay que pasar unos tornos, así que nos acercamos a los guardias de seguridad que toman los datos de los DNIs de todos nosotros y nos proporcionan cuatro tarjetas amarillas que pone "Visitors" en grande. Las tarjetas están magnetizadas y sirven para abrir los tornos. Está bien esta seguridad.

Nos montamos en uno de los ascensores de cristal y marcamos la planta 26. La torre tiene 37 alturas. El ascensor inicia su marcha y sube lo que yo llamo "a toda leche". Dios mío, creo que la cabeza me va a estallar por el cambio repentino de altura.

En la planta 26 está la oficina de representación de CAM. Al llegar nos reciben los dos compañeros que trabajan en ella: Aneta, la directora, es una polaca rubita encantadora. Nos sonríe constantemente y se asombra cuando le relatamos cómo hemos llegado hasta aquí. Su compañero, Michał, va trajeado y también está todo el rato sonriendo y comentando nuestras anécdotas. Nos sentamos con ellos en una de las salas de reuniones y nos preparan café y té. La oficina es muy grande en comparación con lo que estamos acostumbrados en España, especialmente cuando sólo trabajan dos personas en ella. Nos comentan que existe un contrato de permanencia en estas oficinas hasta el año que viene, pero que cuando expire en Junio/Julio seguramente se cambiarán de sitio porque esta es excesivamente grande y además el alquiler es muy caro.

Les entregamos los detalles que hemos traído para ellos y nos demuestran su agrado con su cara de alegría al verlos. Comentamos con ellos mil cosas del viaje, de la situación actual de la CAM y el SIP (no tienen muy claro el esquema del sistema financiero español, así que todo este tema es un asunto bastante confuso para ellos) y de las cosas que deberíamos intentar ver, tanto en nuestra visita a Varsovia como a Cracovia.

En un momento dado, Aneta nos comenta que tiene que ausentarse unos minutos. Nosotros aprovechamos para comentar con Michał que nos gustaría subir al piso más alto del rascacielos a sacar unas fotos, así que nos acompaña a los ascensores y subimos hasta la planta 37, donde nos esperan unos ventanales con unas vistas increíbles de Varsovia. Lástima que esté tan nublado, porque prácticamente no se ve más allá de los edificios de enfrente. Michał nos ha comentado que en días claros se ven perfectamente las grúas que están construyendo el estadio olímpico para la Eurocopa de 2012. A ver si podemos venir a hacer fotos en esos partidos, pensamos Esaú y yo al unísono... habrá que investigar cómo pedir las acreditaciones.

Volvemos a bajar a la planta 26 para despedirnos de nuestros compañeros y seguir la visita y nos tienen preparada una sorpresa: Aneta ya ha vuelto y su ausencia ha sido para comprarnos unos dulces de chocolate con ciruelas típicos de aquí y una especie de torta de chocolate que tiene que estar riquísima. Que simpáticos. Nos han tratado súper bien. A ver si vienen pronto por Alicante y podemos devolverles la hospitalidad con la que nos han atendido.

Nos despedimos de Aneta y Michał tras hacernos una foto "institucional" en la entrada de la oficina junto al logo de la CAM y bajamos a la calle dispuestos a comenzar nuestra visita. Sigue lloviznando, así que tomamos un taxi y nos vamos al casco histórico de la ciudad. Al bajar vemos bastante policía, lo que nos tranquiliza ante posibles robos. Lo que ya nos llama algo más la atención es que uno de los aparentes mendigos que vemos en la plaza lleva "pinganillo" en la oreja. Un secreta. En fin, mejor que nos movamos por si las moscas...

Visitamos varios edificios de la zona histórica de Varsovia, pero el tiempo es verdaderamente de perros y no resulta nada agradable pasear hoy por aquí, así que al cabo de un rato nos metemos en un restaurante a cenar algo. Sopa calentita de champiñones de primero y "plaski", una especie de pasta de patata rebozada y frita acompañada de salsa de segundo. Muy rico todo. Tras acabar la cena, vamos a por un taxi para dirigirnos al hotel... y empieza lo bueno. El taxista arranca y casi se deja a Esaú fuera (que aún no se había terminado de subir). Sigue unos metros y de repente hace un croquetón tremendo: gira 180º para cambiar de dirección subiendo todo el coche a la acera opuesta... Menos mal que no venía nadie. Y para acabar la actuación estelar de la versión taxista de Kovalainen adelanta a un taxi que iba más lento que él en ciudad y por una vía de un carril en cada sentido. Para flipar. Os juro que me sentí aliviado al llegar a la puerta del hotel.

Mañana ponemos rumbo a Cracovia, donde estaremos hasta despedirnos de Esaú y Anka el día 30 e iniciar nuestro regreso a casa (que seguro que tendrá su enjundia también...). El viaje está siendo fantástico, pero empieza a haber ganas de estar en casita.

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